Los Seres Humanos habían cambiado de aspecto… seguían siendo semejantes a
sus remotos antepasados, pero tenían menos pelo y su postura era más erguida.
Además, todos ellos tenían ya la capacidad de hablar, y se podían Comunicar con
otros iguales a ellos. Así evolucionó el mundo y así lo hicieron sus habitantes
más pensantes. Generación tras generación, la sangre de nuestro primer héroe,
aquel que por primera vez pronunció una palabra, seguía existiendo en sus
descendientes. Su estirpe se había desperdigado por el ancho mundo, y uno de
estos descendientes nació en la antigua Mesopotamia, en la cultura sumeria.
Viendo que los Seres Humanos cada vez ponían nombre a más cosas, sintió la
necesidad de transcribir lo que oía e
inventar unos símbolos que todo el mundo pudiese ver y relacionar con el sonido
de la voz.
Temiendo no ser comprendido por sus semejantes, viajó por el mundo en
busca de un lugar tranquilo en el que poder hacerlo. Sin saber que uno de sus
antepasados había sido el primero en dar nombre a las cosas, sentía sin embargo
que su Destino estaba, de alguna manera, en el pasado y el futuro de la
Palabra. Tras visitar muchas tierras y conocer palabras que nunca había
escuchado, un día llegó a una cueva que le pareció perfecta para reflexionar y
dar forma a su idea. Estaba, sin saberlo, en aquella misma cueva desde la que
nuestro primer héroe puso nombre a la Luna. Allí hizo un fuego y esperó a que
anocheciese. La Luna, queriendo ser protagonista de esa noche, apareció también
llena sobre el horizonte. Nuestro nuevo héroe, sentado en una fría roca, jugaba
con un palo sobre la tierra que tenía a sus pies, dibujando formas sin sentido…
pero entonces sintió también una llamada de plata, un susurro nocturno, que le
hizo mirar hacia arriba. “¿Qué quieres de mí?”, gritó. “Necesito silencio para
llevar a cabo mi propósito”. Y entonces, como si la Luna le estuviese dando la
clave de su secreto, nuestro personaje fijó la vista en ella y pudo ver sus
cráteres… “Formas… formas que responden a sonidos…” Y antes de que se diese
cuenta, a sus pies, sobre la arena que había a la entrada de esa cueva,
resaltada por el brillo del fuego, el palo que sostenía en sus manos había
escrito la palabra “Belleza”. Y en ese momento, como por arte de magia, un fuerte viento, proveniente de la cueva, apagó el fuego,
movió las nubes hasta tapar la Luna y consiguió el silencio en el ancho mundo,
como si el tiempo se hubiera parado. Asustado, nuestro héroe se puso en
guardia, sosteniendo con fuerza su palo. Del fondo de la cueva, una luz tenue,
rosada, sinuosa, fue alumbrando todo suavemente, transmitiendo una sensación de
tranquilidad jamás experimentada por nadie hasta la fecha. La luz fue creciendo
y, sin saber cómo, se transformó en una figura humana, una hermosa figura
femenina, como surgida de la imaginación para justificar el mito de la perfección.
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